4 de agosto de 2011

Ser escritora

Muchos días soleados, inspiradores de cualquier arte, pero que pasaron desapercibidos para mí por caer día de semana. Desaprovechados.

Sin embargo, pude darme un pequeño lujo: fui a conocer "Cosmópolis", una exposición dedicada a Borges y a toda su obra. Por primera vez, escuché su voz y lo ví en un documental. Casi diría que por fin lo conocí y me emocionó.

Salí con una angustia terrible [vengo bastante sensible este año]: perder la vista debe ser lo peor que puede pasarle a un escritor.

Contaba que cuando fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional, apenas podía descifrar los lomos y las tapas de los libros. No obstante, siempre siguió comprándose más y más libros que sabía que ya no podía leer y que ni siquiera le iban a poder leer. Es que los libros eran sus compañeros en la soledad de su proceso creativo.

El escritor imagina todo el tiempo, principalmente cuando está solo. Muchos dicen que es un oficio solitario y también una constante la de recopilar ideas e ir madurándolas en la cabeza.

Indefectiblemente, las cosas que nos atrapan, que escribimos, tienen que ver con nosotros: pasado, presente y futuro. Para cualquier disciplina artística considero que es imposible separar la persona -con todo lo que ella implica- del hecho artístico. Inevitable no proyectarnos en esa obra que nos pertenece desde lo más hondo de nuestro ser.

Entonces no está mal que escriba acerca de lo que me inquieta, me atrae, me intriga. Deformándolo por supuesto, pero siempre el comienzo ahí está. Total la protagonista no es Paula aunque sea abogada o los padres no sean Mario y Juliana aunque sean italianos, para dar unos ejemplos.

Siempre vamos a crear un personaje que parte de nosotros mismos, nuestras bondades, nuestras miserias, nuestros anhelos. También de lo que nos rodea, lo que nos pasa, pero lo que sucede luego es que el personaje se expande y quiebra esa relación con la realidad. Cuando eso pasa, debe ser la gloria.

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