21 de mayo de 2022

La guerra de nuestros mundos

Clara Celeste Luna vivía del otro lado de mi vida, almenos de cómo la conocía hasta aquel momento. Cada tarde, nos encontrábamos en el mismo lugar, separados apenas por la línea que dividía nuestros mundos: un mundo feliz y otro sumido en la desgracia.


Conocernos fue obra del destino. Clara Celeste Luna eran tres mujeres en una y en los meses que estuvimos juntos pude amar a la siempre alegre, abrazar a la insegura y comprender a la alunada. 

Creía que la gente como ella no tenía problemas, ya que su vida era fácil. En su mundo siempre era de día, todo estaba disponible y accesible para quien lo desee, pero fui testigo de sus malos ratos, en los que luchaba contra su risa marcada, muchas veces falsa, superficial y que hasta parecía ocultar algo.

Nuestro amor vivió y murió en la clandestinidad y a la distancia, una línea siempre nos separaba. Esta cualidad de nuestra unión la hacía aún más atractiva.

Amor quizás nos quedaba grande. Éramos más bien dos personas aburridas que se cruzaron en el lugar y el momento indicados.

Supimos lidiar con esa grieta inquebrantable durante tres meses, hasta que no me aguanté más y esa tarde la besé. Y desde entonces todo cambió.

En el instante siguiente a ese beso, permaneció por un instante mirándome fijo, de frente, del otro lado de la línea que nos dividía. Descubrí por primera vez en su mirada un rasgo de desprecio, ese mismo que veía todos los días en las miradas de quienes viven de este lado conmigo.

Me dio asco y me aparté, enceguecido por una luz y un sonido muy fuertes lo colmaron todo. Y fue ahí que la perdí de vista.

El mundo, mi mundo, que había vivido por muchos años en la oscuridad volvió a renacer. Ya no hubo más noche. 

Los niños y adolescentes nos pasábamos los días jugando en la calle, nadie más se molestó en ir a trabajar porque toda la comunidad funcionaba como una gran cooperativa, donde todo era de todos, nunca faltaba nada y no había motivos para lamentarse. Todo un pueblo resurgió, alegres por la llegada de una nueva era que prometía más y más felicidad.

Sin embargo, todas las tardes a las seis, yo iba a buscarla al lugar de siempre, donde antes había una línea que nos dividía pero que ya se había esfumado. Ahora éramos todos iguales. Hasta quería agradecerle, compartir con ella esta loca realidad que me hacía sentir muy feliz, tanto que me la pasaba sonriendo, a veces sin saber claramente por qué.

Todo lo que uno quería lo conseguía sin demasiado esfuerzo. Los adultos estaban siempre de buen humor, generalmente de fiesta. Con el tiempo, el intercambio de parejas era más frecuente y a nadie parecía molestarle. 

Nosotros dejamos de ir a la escuela y hacíamos lo que teníamos ganas de hacer: jugar a la Play, estar con amigos, dormir. Pero yo no me olvidaba de ella, que era lo único que no podía tener. Fui a nuestra cita de la seis uno, dos, tres meses más, cada día.

Estaba con otras chicas, claro, pero ya hasta me resultaba aburrido y no podía enamorarme de ninguna porque si apenas lo consideraba, al día siguiente me enteraba que esa tarde iba a estar con un amigo mío, y al otro día con otro, y así hasta que esté con todos. Porque a ninguna mujer le interesaba tener una vida tradicional, convertirse en madre, esposa y ama de casa. Dejaron de tener hijos y el sexo se convirtió en la principal actividad, que muchas veces también era la moneda de cambio.

Compartían novios, maridos, amantes; se acostaban entre ellas; estaban en la búsqueda constante de nuevas experiencias con tal de hacer algo que las haga sentir vivas.

A mí me costaba cada vez más mantener la risa falsa mirando todo lo que pasaba a mi alrededor y me acordé de una conversación que tuve con Clara Celeste Luna una tarde de abril:

- ¿Te sentís bien?

- Siempre me siento bien. Soy feliz.

- ¿De verdad me decís? ¿Cómo es posible vivir así, estar siempre bien?

- No lo sé… Debe ser un estilo de vida.

Ni ella comprendía la causa de su felicidad.

Todo parecía perdido para mí, más allá de la ficción de felicidad que vivía, cuando la vi pasar, a lo lejos, difusa. Con su alma errante iba dibujando con los pies la línea que una vez nos separó. Con la mirada perdida, descalza, como flotando.

Me acerqué y le dije:

- Ahí estás… Te extraño… Vine todas las tardes a buscarte en estos meses y nunca apareciste. Te pienso todos los días y recuerdo lo que hablábamos… Y el beso…

Ella siguió caminando hasta que le grité:

¡Miráme!... Estoy desesperado por tenerte.

Apareció frente a mí, me miró fijo y me respondió:

- Cuidado con lo que deseás.

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