21 de mayo de 2022

El que ríe último...


Hiciste de nuevo esa sonrisa tan tuya, como si todo lo arreglara. La de esa noche que nos conocimos, después de decirme que te gustaban Los Piojos, igual que a mí. La que repetiste cuando te conté que vivía cerca del bar, aquella noche que me invitaste a salir por primera vez. Recuerdo que después de unos vinitos me confesaste que hacía tiempo que me venías stalkeando en las redes, que "qué loco que justo teníamos amigos en común".

Era una sonrisa de costado, como cómplice y algo demencial. Con los años parecía más bien la del Guasón. Al mes de conocernos ya nos fuimos a vivir juntos y ¿te acordás esa tarde que caí de sorpresa en tu oficina? Estabas nervioso e hiciste todo lo posible para convencerme que vayamos a almorzar. Eran las tres de la tarde y terminamos comiendo un chori en la Costanera. Y de nuevo con esa sonrisa te arrodillaste y me propusiste casamiento. Te dije que era muy pronto, y así zafaste. Nunca más hubo tal compromiso.

Pasaron los meses, perdiste el trabajo de un día para el otro y te la pasabas en casa jugando a la Play. Yo seguía trabajando full time y así nos mantuvimos por años. Te mantuve. Al principio me esperabas con la cena hasta que un día te enojaste porque llegué tarde, y fue tu excusa para no hacerlo más. Esa vez, también con tu sonrisa, insinuaste que te estaba engañando con Rubén, quien era en ese entonces mi jefe, lo que por supuesto negué porque, sabés, que no era verdad. Tiempo después iba a enterarme que te echaron por cogerte a tu jefa casada.

Con la sonrisa marcada empezaste a insultarme y humillarme, pero no me daba cuenta. Un día me decías que era una puta por cómo me vestía, otro que no servía para nada, que me usaban. "No te das cuenta nena que no valés nada, solo te la quieren poner". Yo lo atribuía a tu depresión crónica que te mantenía pegado al sillón, sucio y desprolijo. Pobre... Pero hoy creo que hasta lo disfrutabas porque en esos momentos de desprecio absoluto aparecía tu sonrisita maltratadora, de machirulo.

Cuando estaba todo muy mal llegó Antón a nuestras vidas, fruto de un acto sin amor que entendí más tarde que era también una violación. Durante el embarazo nos tuviste piedad y descargaste tu furia con  minitas en las redes. Lo sé por esa vez que te hiciste el padre amoroso y me prestaste tu celular para llamar a mis viejos. Cientos de mensajes con desconocidas que alimentaban tu hombría. Pobre tipo, pensé, pero seguí adelante porque prioricé nuestra familia.

Antón creció y con él tus ausencias. Dicen que lo que no te mata te fortalece y en esas noches en vela, en tus regresos borracho y desapariciones temporales me hice más fuerte. Con los años comprendí que ni siquiera fue casualidad conocernos, sino que yo había sido una apuesta y vos me habías conquistado solo para ganarte unos mangos. Así fue que te acercaste a mis amigas para llegar a mí. Averiguaste todo para enamorarme. Fingiste para que sea casual, el destino. Pero fue una puesta en escena.

Esa sonrisita tuya nos trajo hoy hasta acá, ¿sabés?. Después de todo, es tu culpa. Ya no me importás porque nuestra familia es (y siempre lo fue) de dos. Quería que sepas todo esto antes de que te pegue un tiro y desaparezcas para siempre.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario