20 de mayo de 2022

Ocupante

Era jueves o domingo porque ese mediodía habíamos almorzado pastas. Igualmente, este será un detalle menor cuando les cuente lo que pasó ese día que cambió mi vida para siempre.

Terminamos de comer en la mesa del patio y nos quedamos de sobremesa hasta a eso de las tres de la tarde. Las visitas finalmente se fueron, dejando atrás demasiada vajilla sucia y desordenada, más de la que tenía ganas de lavar. Qué lindo recibir a la familia en casa, me dijiste, mientras veías que me desarmaba en una silla, esperando que el orden llegara solo. Asentí con la cabeza y te deslicé un ajá. Claro, total es fácil para vos.

Te sentaste a mirar a Boca en el sofá del living mientras yo tuve que tomar una decisión de vida o muerte: lavo o me tiro a dormir una siesta. Sin mucha resistencia, subí por las escaleras con pasos cansinos y me entregué a la cama como a nadie en el mundo. Me acosté boca abajo, en diagonal, colmando todo el espacio. Cerré los ojos y se me vino a la mente lo que había dejado sin hacer, las deudas a pagar, qué vamos a cenar y otras cuestiones rutinarias pero enseguida pude ver la playa de San Bernardo en invierno, cuando sólo hay perros vagabundeando en la arena, ruido de mar, la paz del atardecer, el abrigo que no cede al frío de la costa… Pasaron a lo sumo dos minutos cuando escuché el primer estallido. 

Me desperté del susto. ¿Habrá sido un sueño? Afuera ya estaba oscuro. ¿Se nubló o será de noche?... Qué silencio… Qué raro que no se escucha siquiera la tele. Intento llamarte: ¿Amor? No me sale la voz.

Pruebo de nuevo. ¿Amor?, con tono impaciente, y no me escucho. Grito y no pasa nada. ¿Me habré quedado sorda? Otro estallido. No.

Ya está, voy a buscarte. Apenas amago a hacerlo, me quedo en el intento. Ni siquiera puedo voltear. Algo me lo impide. ¿Algo? Nerviosa, apenas puedo mover las articulaciones de los dedos. Sigo boca abajo, con la cabeza de costado, atravesando nuestra cama, hasta que siento su mano sobre la mía.

Me quedo quieta, pero mi respiración es galopante. Sé que no sos vos, así que callo y espero. Empieza a recorrer mi brazo derecho con su mano, acariciándome y manteniéndome cautiva. La cama se hunde, se habrá sentado, y cierro los ojos, como si de esa forma fuese a lograr que se vaya o mejor aún, desaparecer. Es mi mejor defensa.

Vos estás mirando a Boca y yo acá, dejándome tocar por este extraño, que ni siquiera sé si tiene cara, menos boca, si es hombre o mujer. No tiene sentido que grite y quiera escapar porque mi voz y mi cuerpo no me lo permiten. Ahora ya está encima mío, y sin dejar de acariciarme todo el cuerpo, siento su respiración caliente en mi nuca. No me atrevo a abrir los ojos, no quiero ver.  Sólo espero que pase.

Pienso que quiero morirme en este preciso momento. Y vos seguís mirando a Boca.

De repente, un fuego se apodera de mí y por un instante, levito, me siento muy liviana hasta que me desintegro.

Impávida, abro los ojos y observo ese nuevo espacio que se revela ante mí, donde voy a pasar los años que restan. Aunque no tenga ese aspecto, sé que esa va a ser mi cárcel de por vida.  

Nunca te enteraste que ese fue nuestro último almuerzo, el último plato de pastas;  que no era yo con quien dormiste esa noche, las que siguieron y las que seguirán. 

Estabas mirando a Boca y no lo pudiste ver. Pero yo, desde acá, aún te veo.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario