Me lo llevé por delante mientras
subía al vagón del subte. Él caminaba con la frente en alto, el cuello bien
erguido y la mirada atenta. Me dijo: Perdón, no? Seguí de largo y me senté en el
primer asiento vacío.
Llevaba lo de siempre: los auriculares y el celular. Iba leyendo las
noticias en Twitter mientras escuchaba clásicos de los dos mil. Los subtes
estaban con atraso según lo informaba el hashtag #EstadoDelSubte. Algo inusual
desde que eran automáticos.
En Instagram, se multiplicaban las fotos y videos de pasajeros
retrasados. Me saqué los auriculares y estaba por sacarme una selfie para también reportarme en las
redes cuando el hombre de postura extraña se sentó al lado mío. Me di cuenta
que era él porque al hacerlo me rozó. No dejó un asiento vacío de por medio
como era debido, lo que me obligó a levantar la vista, perpleja. Perdón, dijo. De nuevo. ¿A quién se le
ocurriría hablarme? Ni siquiera éramos amigos en Facebook.
Volví la mirada a la pantalla de mi smartphone y de reojo vi que sacó
algo de la mochila. Era una pila de papel amarillento, rectangular, un poco más
chica que una tablet. Iba pasando las hojas, hipnotizado. Hacía rato que no
veía a nadie mantener la atención en algo por tanto tiempo. Saqué una, dos,
tres… diez selfies hasta que obtuve
la que más me gustó y me cambié de asiento ante la incomodidad del contacto
físico. El subte finalmente arrancó y en cinco minutos llegó a Mar del Plata.
Fue el viaje más largo de mi vida.
El señor raro sentado ahora enfrente mío no solo no sacó su celular para
nada (¿tendría uno?) sino que a todos los que subían les decía cosas como “buen
día”, “hola”, o cuando se bajaban “que tengas buen fin de semana”. Por supuesto
que nadie respondió, como corresponde, por un tema de seguridad. ¿A quién se le
iba a ocurrir hablar con otro sin pantalla de por medio?
No dudé en subir fotos suyas a Snapchat advirtiendo a mis amigos por si
llegaran a toparse con este enfermo, y también creé unas memes que enseguida comenzaron a viralizarse en todas las redes.
Fue la publicación con más likes del
mes, que además fue trend topic ese
día por varias horas. Los pasajeros horrorizados como yo empezaron a comentar y
compartir mis posteos en las redes sobre “el loco del subte”. Después, de a
poco, fueron levantando sus miradas y lo vieron. Luego, se sacaron los
auriculares, y lo escucharon. Y cuando nos dimos cuenta, nos empezamos a mirar
entre todos, sosteniendo los celulares, que por unos segundos pasaron a segundo
plano.
La campana de la notificación nos avisó que habíamos llegado a destino y
automáticamente todos volvimos a sumergirnos en las pantallas. El demente se
bajó deseándonos un buen fin de semana.
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