19 de enero de 2012

*Espejos*

Aquí les dejo queridos lectores la versión completa de mi cuento "Espejos" que fue publicado en el Suplemento de Cultura del Diario Perfil en noviembre del año pasado.

Quizás resuelva alguno de sus interrogantes o quizás les genere nuevos... Como sea, espero que les guste!

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Desde hacía nueve años que convivíamos con la gente de los espejos. Alina, la hija menor de la familia que los habitaba, jugaba conmigo desde el primer día que nos mudamos.

Recuerdo ese día que llegamos como si lo hubiese vivido ayer. Fue toda una travesía la mudanza ya que llovía torrencialmente. Mis padres festejaban porque según ellos, ése era presagio de buena suerte. También decían lo mismo de los dientes blancos y separados de mi hermana Micaela, por aquel entonces una beba hermosa y regordeta.

Subí por las escaleras a la que sería mi habitación con la agilidad de un niño de ocho años. Mi cuarto era grande, piso de madera y paredes blancas. Enfrente mío, un gran ventanal con vista a la calle que abría paso a una luz constante y brillante que enceguecía. A un costado, un escritorio; del otro, mi cama y a mis espaldas un placard inmenso con espejos en sus puertas. Eran cuatro. Llamó mi atención lo impecable del vidrio y su majestuosidad, y enseguida empecé a hacer caras: de superhéroes, payasescas, divertidas. Estaba feliz por tener una habitación para mí solo.

Abajo mis padres acomodaban los últimos bultos que traíamos de nuestro departamento de Almagro. Hacían falta muchos muebles más para llenar nuestra nueva casa, pero supongo que la ansiedad por habitarla pudo más que lo que habría sido quizás más racional: esperar.

Bajé a buscar mis juguetes y volví a subir a mi “bunker”. Los desparramé por el el piso y me puse a jugar. El hombre araña una vez más debía salir al rescate… “Bienvenido!”, me dijo. Miré hacia atrás mío pero no había nadie. “Hola!” Volví la mirada de nuevo a mi alrededor. Aparentemente nadie, hasta que miré el espejo. “Soy Alina. Tengo nueve, vos?”.

“Yo soy Matías y tengo ocho. ¿Querés jugar?”, le contesté y así nos convertimos en mejores amigos.

Alina era una niña rubia, de tez blanca, mejillas rosadas y ojos claros. Una muñeca. A los dos nos gustaban los Thundercats y el café con leche. Tantas veces me decía “Cómo extraño el café con leche por la tarde” pero sabía que ya no podía tomarlo porque la vida en el espejo era diferente a la nuestra.

Jugábamos todos los días, nos contábamos cosas, compartíamos secretos. Era mi mejor amiga. Cuando le conté a mis padres acerca de Alina, quisieron conocerla de inmediato. Seguramente un poco por curiosidad y otro tanto por el miedo paterno de que no me ande juntando con gente rara. Les cayó muy bien y, días después, hicimos que se conocieran nuestros padres entre sí.

Alina era hija única así que me pareció buena idea presentarle a Micaela, que ya daba sus primeros pasos, para que la adopte como hermanita menor, pero fue un intento fallido porque nunca iban a tener buena relación. Micaela lloraba sin parar apenas la veía y Alina se tapaba los oídos para no escucharla.

Así fue nuestra amistad y convivencia durante mi infancia hasta que cumplí los trece e ingresé a la Secundaria.

Mis horas de estudios se tornaron interminables durante mi cursada en el High School de Florida. Era doble turno, bilingüe y con muchas actividades deportivas. Casi no estaba en casa. De lunes a viernes estaba con mis compañeros y los fines de semana con Felicitas, el amor de mi vida. Nos conocimos en nuestro primer baile en la escuela. Estaba bailando sola, desatada, como si nada le importara, una canción de Chayanne en el patio y creo que me enamoré en ese preciso momento. Fue la única que captó mi atención toda la noche. Ahí me quedé, mirándola bailar… brillar. Cuando se cansó de dar su show, se acercó y me encaró: “¿Vas a dejarme bailar sola mucho tiempo más?”. Así me conquistó y desde entonces nos volvimos inseparables.

Las charlas y los momentos con Alina habían pasado a un segundo plano. De repente, la veía pasar con una mirada acusadora todo el tiempo y sentía que cuando estábamos juntos había cosas que ya no me contaba. Menos me preguntaba. Ya no éramos más confidentes. Finalmente, una noche cenamos con sus padres desde el espejo del living y no me dirigió la palabra. Cenó, se levantó y se fue. Sin despedidas ni nada, desapareció.

Ya llevábamos cinco meses de novios cuando Felicitas vino a cenar a casa por primera vez. Era todo un acontecimiento: la primera novia que presentaba a mis padres y, además, porque casi nadie nos visitaba. Suponíamos que no era muy normal que nos vieran conviviendo con gente que vivía en los espejos. Le conté a Felicitas de esta situación que comprendió enseguida y vino a casa con muchas ganas de conocer también a Alina.

La noche transcurrió con mucha calma. Mis padres, rebozantes de alegría por conocer a la novia de su hijo; mi hermana, con su cara redonda y cachetona como era, la estudió de arriba abajo; los padres de Alina la miraban con cariño. Después de la cena, devoramos la torta que había traído Felicitas –hecha por ella misma- y luego, su padre la pasó a buscar en el auto.

Alina seguía sin aparecer. Esa misma noche le pregunté a Sumy, su perro, que jugaba con una pelota de tenis del otro lado del espejo, pero tampoco tenía noticias y me confesó que él también la extrañaba.

Felicitas empezó a venir a casa con bastante frecuencia. Venía a merendar después del colegio, jugábamos juegos de mesa con los grandes los fines de semana por la tarde, disfrutábamos la pileta los días de verano. Estábamos enamorados.

El día del hecho hacía nueve años que convivíamos con la gente de los espejos. Habíamos pasado toda la tarde en la pileta. Como dos adolescentes que se desean y no pueden esperar, encontramos el momento ideal y subimos a mi cuarto a los besos, con risas cómplices, dejando gotitas de agua en la escalera, con los cuerpos húmedos pero tan ardientes y sólo con las mallas cubriéndonos. Sabíamos que mis padres estaban jugando al Burako en una mesa al borde de la pileta. No había forma de que vayan a acordarse de nosotros. Seguimos besándonos, tocándonos, jugando, satisfaciendo el deseo. De repente, Felicitas tropieza torpemente y choca contra uno de los espejos del placard, que estalla. No fue un golpe tan fuerte pero produjo un estallido que alertó a mis padres, a mi hermana que estaba encerrada en su habitación con la música a todo volumen, a los padres de Alina… y a Alina.

Aplacado el ruido del estallido, comenzaron a rajarse todos los espejos de la casa. Recuerdo la mirada de Alina en ese momento: me miró con ojos de fuego, desorbitada, como nunca antes la había visto. Dio media vuelta y se perdió nuevamente en el espejo, su casa.

Avergonzada por lo ocurrido, Felicitas se sumió en un llanto incontenible. La acompañé hasta la casa y luego no tuve más remedio que soportar el sermón de mis padres por lo ocurrido.

Días después, cambiamos todos los espejos de la casa, pero al cabo de unas horas volvieron a rajarse así que no nos preocupamos más por este asunto.

A partir de este incidente, los padres de Alina comenzaron a alejarse de nosotros de a poco. Debo decir que de una manera muy cordial hasta que llegó el día en que no nos vinieron a visitar nunca más. Seguramente eligieron vivir por las noches más libremente, mientras dormíamos. En sus miradas, había notado desde la tarde del hecho un dejo de tristeza con una dosis de furia y comprensión. Singular sentimiento.

Felicitas no quiso venir más para casa y esa decisión repercutió en nuestra relación. Dejamos de pasar tanto tiempo juntos y yo empecé a pasar mucho más tiempo en mi habitación estudiando, jugando a los videojuegos, mirando tele o durmiendo.

Alina seguía viviendo allí detrás, pero nos ignoraba por completo. Intenté hablarle muchas veces pero era en vano. Adiós a la mirada de niña dulce rubia, de tez pálida y de ojos claros. Siempre sola, con una cara rígida, muy flaca, se paseaba en colores oscuros.

No sólo empeoraba mi noviazgo, sino que en el colegio empecé a obtener notas muy bajas. Estaba cursando el último año del Secundario. Me llevé siete materias a marzo y mis padres me prohibieron irme de viaje de egresados. Perdí todo el verano estudiando, encerrado en mi habitación.

De a momentos, Alina me espiaba. Sentía su mirada en mis espaldas, pero desaparecía en cuanto volteaba para verla, hablarle,...

Después de mucho tiempo, un día Felicitas reapareció y me dijo que se iba a vivir a Estados Unidos, que sabía que habíamos estado distanciados los últimos meses pero que quería salvar la relación, que “Sé que sos el hombre de mi vida. Estudiemos juntos en la universidad, cambiemos de aire y vemos qué pasa…” Me invitó a que me vaya con ella. La verdad lo pensé y me hubiese gustado vivir esa experiencia con ella, pero esa noche el vuelo en el que viajaba Felicitas nunca aterrizó. Por algún motivo que nunca se supo, explotó en el aire.

Comencé terapia porque me sentía culpable en algún punto. Mis infidelidades, mi desgano, mi mal humor de nuestros últimos días de novios capaz habían cooperado para que ella quiere irse del país. Que sé yo.

Tras la separación de mis padres apenas comencé la universidad, me quedé solo en casa. Estudiaba, dormía y algunas veces comía. Micaela, mi hermana adolescente, estaba internada desde hacía unos meses en una clínica de rehabilitación por padecer desórdenes alimentarios. La última vez que fui a visitarla, antes de su muerte, parecía un papel de calcar de lo transparente que estaba. Adiós a su cara redonda, cachetona y su risa de dientes blancos y separados. Se quitó la vida un domingo a la noche, después de quince días que no recibía visitas.

Mi mamá dejó a mi papá por un empresario diez años más joven, se fue a vivir a un country, se olvidó de nosotros y se dedicó a viajar por el mundo hasta que “alguien” una noche entró a su casa y la mató de tres disparos mientras dormía.

Mi papá se convirtió en un adicto al alcohol, a las drogas y al juego. Lo perdió todo. Hasta donde supe, vivía en la calle, más específicamente en Lavalle y Florida. Es linyera.

Y yo acá estoy. Viví en la casa, del otro lado, hasta cumplir los treinta años, cuando por un descuido dejé un espejo destapado mientras dormía.

Ahora, que veo todo desde el espejo y que pudimos finalmente formar una familia con Alina, cuando nos miran, me parece extraño haber estado ahí enfrente.

4 comentarios:

  1. me encantó!! Te felicito!
    Vengo de lo de Marina.

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  2. ¡Increíble! ¡Me encantó! Obvio, es la primera vez que lo leo y me tuvo en suspenso de principio a fin :)

    Me fascina como escribes, ojalá y pudieras recomendarme mas sitios donde pueda encontrar este tipo de lecturas, ya que deseo aprender a escribir cada vez un poco mejor, y que mejor que leyendo, no? Por cierto, me leeré todo lo que haya en tu blog por leer. Y si tienes tips tuyos, o sugerencias, o libros acerca de como escribir, te lo voy a agradecer infinitamente :)

    ¡Un abrazo y felicidades!

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  3. Gracias Yeni! Apenas estoy dando los primeros pasos! Igual, me parece piola lo que proponés de intercambiar consejos para la escritura. Voy a dedicarte un post en los próximos días con los que yo vengo recopilando en estos años más sugerencias de lecturas, que espero que puedan servirte.

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  4. ¡Ok, Pali! Muchas gracias, estaré ansiosa por verlo :) ¡Eres muy linda! :)

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